(Fotografía de Colita)
La vi hace unos meses en una presentación de un libro. Parecía cansada pero ahí estaba. Al pie del cañón. Hoy se nos ha ido no solo una gran poeta, sino que también una magnífica traductora y editora. Siempre algo a la sombra de su querido hermano, Terenci, Ana María Moix siempre mereció brillar con luz propia.
Antes de los cuatro años iba
sola al colegio del barrio, “lo había aprendido observando a mis
hermanos”. A los siete años la pasaron a la clase de los que le doblaban
la edad, “porque ya lo sabía todo, eso era extraño y me trataban como
la rara… Empecé el bachillerato tarde, hice cuatro cursos en uno”.
Entonces aquella niña rara no
hablaba. “En la academia pedían que dijéramos en alto la edad y el
domicilio. Me puse tan nerviosa que en vez de mi fecha de nacimiento
dije la del descubrimiento de América. El profesor dijo: ‘¡Ah, pues se
conserva usted muy bien!”.
Empezó a escribir a los 12
años. “Recreaba a Bécquer, a Ana María Matute, a Azorín. Los tres me
siguen gustando, fueron tres buenos guías”.
Terenci le prestaba libros, la
llevaba al cine, con sus amigos. “Me llevaba bien con Terenci… Él iba ya
entonces por la editorial Mateu. Allí había una chica que leía mucho y
escribía muy bien, Amparo Mejía, una amiga de Maruja Torres. Me dejaron
un libro, Un hombre acabado, de Papini. El director de la escuela me dijo: ‘Uy, soy partidario de que leas de todo, pero no Un hombre acabado, ¡cuesta mucho llegar a ser un hombre acabado!”.
(Fragmento de Una poetisa enfadada)
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