Una regla que no suele fallar para salir (informativamente) de cualquier crisis es que se vuelvan aburridas. Así ocurre con los terremotos, los tsunamis o los huracanes por devastadores que sean; así ocurre con las hambrunas, las feroces guerras regionales o los atentados suicidas con decenas de muertos en cualquier lugar.
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Naturalmente, no puede afirmarse que los medios sean los responsables de la crisis, pero ¿cómo no aceptar que son sus cómplices? La publicación de los informes de las agencias de rating o del FMI, las tertulias en la radio o la tele, los editoriales famosos se enviscan en el cultivo del mal, que, como todo lo adverso, posee su atracción y su deleite.
En conjunto, pues, nos vemos padeciendo la gran crisis pero también apresados mediáticamente por ella. Repitiendo, como "en el día de la marmota", un serial sin aparente fin y en donde los capítulos para conservar la audiencia redactan sorpresas, a cuál peor.
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No son los media quienes se ponen al servicio de la realidad; ni siquiera se trataría de que los media como tantas veces se dice crearan la realidad. Los media vivirían ahora no ya como transmisores más o menos atinados de los sucesos sino como los sucesos de los sucesos. El medio no sería el mensaje sino que el mensaje gigantesco (de los mercados, de las quiebras, del paro, del gran miedo y sus fantasmas) engulliría la circunstancia de los media. Nos tragaría a todos en su seno. Seno tan insano que la enfermedad colectiva llegaría a convertirse -como en el arte el feísmo o el destroyer en la moda- en la forma contemporánea de vivir. O mejor, de sobrevivir en el corazón del caos.
Grande Vicente Verdú, como siempre. El artículo entero aquí. Aplicable a cualquier otro tema, 9-11 incluido.
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Naturalmente, no puede afirmarse que los medios sean los responsables de la crisis, pero ¿cómo no aceptar que son sus cómplices? La publicación de los informes de las agencias de rating o del FMI, las tertulias en la radio o la tele, los editoriales famosos se enviscan en el cultivo del mal, que, como todo lo adverso, posee su atracción y su deleite.
En conjunto, pues, nos vemos padeciendo la gran crisis pero también apresados mediáticamente por ella. Repitiendo, como "en el día de la marmota", un serial sin aparente fin y en donde los capítulos para conservar la audiencia redactan sorpresas, a cuál peor.
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No son los media quienes se ponen al servicio de la realidad; ni siquiera se trataría de que los media como tantas veces se dice crearan la realidad. Los media vivirían ahora no ya como transmisores más o menos atinados de los sucesos sino como los sucesos de los sucesos. El medio no sería el mensaje sino que el mensaje gigantesco (de los mercados, de las quiebras, del paro, del gran miedo y sus fantasmas) engulliría la circunstancia de los media. Nos tragaría a todos en su seno. Seno tan insano que la enfermedad colectiva llegaría a convertirse -como en el arte el feísmo o el destroyer en la moda- en la forma contemporánea de vivir. O mejor, de sobrevivir en el corazón del caos.
Grande Vicente Verdú, como siempre. El artículo entero aquí. Aplicable a cualquier otro tema, 9-11 incluido.
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