Los niños-escoba tienen la piel cubierta de finas líneas rosáceas.
Su madre los azota con una vara, como a mulas, para que caminen más rápido. Les ata los ramajes a la espalda con una cuerda de plástico para tender ropa. Las ramas les dejan cortaduras y arañazos en los brazos y el cuello.
La familia de Leonora ha buscado ramas secas desde siempre. Todos tienen brazos largos y fibrosos, como si sus cuerpos se hubieran convertido en aquello que buscaban.
La madre les enseña a los niños a nunca decir lo que piensan, pues callar les dará poder. Les explica que sus voces deben quedarse en sus cabezas, como si fueran oraciones, "pues nunca se sabe lo que la gente poderosa piensa. Nunca se sabe lo que Dios está pensando".
(Fragmento de "Una historia verdadera basada en mentiras" de J. Clement)
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