Todo empezó con un pintauñas azul. Me lo dejó ahí, junto a
la ventanilla donde yo estaba sentada. Fue en verano, a media mañana, un
domingo, mientras andaba medio distraída y con los ojos semicerrados de sueño.
Venía de vuelta de no recuerdo dónde. Cuando fui a darle unas monedas, él no
quiso. Me dijo: es un regalo y yo me quedé muda, sin saber cómo reaccionar. Él
se marchó deprisa.
En casa ya, pensé en el gesto y este se unió a los demás gestos que a lo largo de mi vida me han llegado por sorpresa de las personas más inesperadas. Que alguien que pide monedas en el tren me haga un regalo es una de las cosas más surrealistas que me habían pasado.
A partir de entonces, esos regalos o intentos de regalo se han ido repitiendo. No siempre han funcionado mis palabras y negativas. Cualquiera que presencie estos fugaces y desconcertantes encuentros pensará que nos conocemos, que somos amigos de algún lugar lejano y, quién sabe, quizá nos cruzáramos en algún lugar que yo no recuerdo.
La última vez que nos topamos me regaló la postal navideña que ilustra esta entrada. No sé dónde pasará la Navidad, probablemente acompañado de su esposa y sus hijos, recordando el país del que se alejó y pensando en este que es cruel y amable según el día y según quien le mire en un vagón.
Me gusta creer que en él hay atisbos de esperanza ante el futuro, alguien que regala lo poco que tiene, creo que se merece un poco de suerte. Espero que la tenga.
Con su regalo, pues, os deseo a tod@s muy felices fiestas, y mucha suerte, y mucha esperanza, y mucho de todo eso que aguardáis y deseáis estos días.
¡¡Besos fuertes!!
Y
Y la versión alternativa...
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