La acción transcurre durante la infancia del protagonista, que nos
cuenta desde su vida adulta. A medida que avanza, se da cuenta de la
importancia de la misma. El Sr. Sommer es una especie de proyección del
protagonista, de recuerdo, algo que le hace recapacitar sobre los
momentos que han marcado definitivamente su personalidad y su destino. A
menudo provienen de esa época frágil en la que siendo niños dejamos de
serlo.
(Extraído de aquí)
Leo “La historia del señor Sommer” deprisa e intrigada. Lo
hago en el tren, rodeada de ruidos y de personas. Respiro el tufo a marihuana de quien tengo al lado y escucho de
fondo una apabullante melodía de Silvio Rodríguez. No es el mejor entorno. Lo
admito. Pero el libro es breve y me atrapa desde que empiezo el trayecto. Prometo
hacerlo reposar cuando lo termine. Y así lo hago, fiel a mi promesa.
Mientras lo dejo descansando, y ya de vuelta y con la
lectura terminada, busco algo de información. Quiero saber si que lo he leído y
lo que otros han leído se asemeja. Busco parecidos, referentes, pistas... pero
nada me convence. “La historia del señor Sommer” sigue revoloteando en mi cabeza,
asentada en las sensaciones que me ha provocado, que no sé si son reales o
ficticias, pero lo que sí sé es que son fruto de un viaje, tanto literal como
figurado, que me ha gustado. Gracias al Beletrista por la recomendación.
Y es que leo esta historia que empieza describiendo a un tal
señor Sommer: un personaje enigmático
que da título a este cuento/relato para no niños y que es alguien que anda y
anda sin rumbo alguno. Es un ser enigmático que se cruza en tres ocasiones con
el niño-narrador protagonista.
Una voz sin nombre, la de este niño, un personaje que nos
guía desde sus palabras adultas por los recuerdos de su infancia. Una infancia
que, contada con un estilo aparentemente sencillo, esconde cosas oscuras y
secretas que por fin se verbalizan. Esa voz, entre la infancia y la edad
adulta, es la que a mí me ha interesado. Esa es la voz que esconde la clave de la historia. No
hay que dejarse despistar por esos bonitos dibujos de Sempé (Le petit Nicolas).
Süskind no escribe para niños, o quizá sí, quizá como mucho escribe para el
niño que alguna vez se fue y ya no se es.
Y es que cuando el protagonista deja de subirse a los árboles, es decir, cuando
deja de ser niño, nos encontramos ante el
inicio del fin de este desconcertante personaje que es Sommer. En ese justo
momento es cuando conocemos un secreto final que ese adulto (nos) confiesa y
en ese momento es cuando el enigmático Sommer también se esfuma.
Será ese el secreto final, quizá la clave última del relato,
pero no hay que olvidar que antes ha habido otros en nuestra lectura (su primer enamoramiento, su
incidente con una profesora, sus ideas respecto a la muerte...cosas que
seguramente el narrador no había contado antes a nadie)... Cosas no dichas que
quizá hasta entonces no hubiera verbalizado. Quién sabe si todo aquello que desconcertaba
al narrador de niño cobra por fin sentido al hilar su relato de adulto, al ordenarlo
en palabras. ¿Por qué optó por el
silencio? (“No sé qué puede haberme hecho callar con semejante obstinación
durante tanto tiempo...”, “Yo callaba. No dije nada”.), quién sabe...Eso se lo
queda para él. En este relato poco más llegamos a saber, salvo que el señor
Sommer ya no existe y que aquel niño que se subía a los árboles, tampoco.
Nota: probablemente si hubiera podido ver la obra de teatro
que hicieron basada en el texto, mi percepción del relato sería totalmente
distinta. Me alegra, pues, no haberla visto y haber tenido una lectura personal
y no contaminada del texto :)
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