Los personajes de ficción son las marionetas del inconsciente.
Los libros nacen de un germen ínfimo, un huevecillo minúsculo, una frase, una imagen, una intuición; y crecen como zigotos, orgánicamente, célul a célula, diferenciándose en tejidos y estructuras cada vez más complejas, hasta llegar a convertirse en una criatura completa y a menudo inesperada.
De algún modo, el narrador es como un médium: sus palabras son la expresión de muchos.
Y al escribir, uno siente ese compromiso, esa pulsión de hablar por los otros o con los otros. La literatura se dedica a dar vueltas en torno al agujero; con suerte y con talento, tal vez consiga lanzar una ojeada relampagueante a su interior. Ese rayo ilumina las tinieblas, pero de forma tan breve que solo hay una intuición, no una visión. Y, además, cuanto más te acercas a lo esencial, menos puedes nombrarlo. El tuétano de los libros está en las esquinas de las palabras.
(Fragmentos extraídos del libro)
Comentarios