Hace mucho tiempo que no pienso en Iris ni en el verano en que murió. Supongo que he tratado de olvidarlo todo, de la misma forma que superé las pesadillas y los terrores de la infancia. Y ahora, cuando quiero recordarlo, a mi mente sólo acude el último día, como si esas imágenes hubieran borrado todas las anteriores. Cierro los ojos y me traslado a aquella casa grande y vieja, al dormitorio de camas desiertas que esperan la llegada del siguiente grupo de niños. Tengo seis años, estoy de campamento y no puedo dormir porque tengo miedo. No, miento. Aquella madrugada me porté como un valiente: desobedecí las reglas y me enfrenté a la oscuridad sólo por ver a Iris. Pero la encontré ahogada, flotando en la piscina, rodeada por un cortejo de muñecas muertas.
Hacía tiempo que quería leer este libro. Me venía recomendado y al topármelo el otro día en una biblioteca, decidí darle una oportunidad. Me ha tenido enganchada toda la semana, hazaña nada fácil ya que ando más zombie que despierta durante los días de diario. Novela negra y con Barcelona de fondo, bien escrita y trama entretenida. Escrita por un traductor (habrá que apoyar a los del gremio :-), Toni Hill, al que le debemos versiones castizas de grandes autores norteamericanos como Safran Foer, Glenway Wescott o David Sedaris. Ya tengo reservada su siguiente entrega: Los buenos suicidas. El señor Hill promete y tiene un estilo narrando que me ha atrapado bastante. Solo por eso, es más que recomendable. Nota: 7/10
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