"En Sevilla acostumbro a soñar de literatura con un amigo, que es ‘quiosquero letraherido’, en su propia definición. Él también escribe, pero tiene unas condiciones laborales tan duras —se levanta cada día a las cinco de la mañana— que se da con un canto en los dientes si puede terminar una página a la semana. Juntos hemos fantaseado muchísimo. Miles de tertulias literarias, él y yo solos, con mucha cerveza y muchos montaditos. A partir de cierto punto los sueños tenían una textura casi real. Serán las cañas. En esas ocasiones hablábamos de esto, de lo que podría llegar a pasar”. (El resto, aquí)
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